LAS REDES SOCIALES Y EL PODER DE LA ANÉCDOTA
Las redes sociales y el periodismo digital comparten, hasta el momento, su poder de influencia con los principales medios de difusión de la información, la televisión y la radio. Sin duda esto beneficia a que cualquiera con unas mínimas dotes pueda difundir sus opiniones y experiencias propias con todo el mundo. Pero no es oro todo lo que reluce, ya que las redes sociales son en realidad un arma de doble filo muy poderosa para quienes se benefician del miedo colectivo que generan unas cuantas excepciones y anécdotas personales.
Y cuando hablamos de algo que en sí mismo es contagioso, como un virus, el miedo que generan estas redes se multiplica por mil. Al igual que se comparten "bulos" de todo tipo, también encontramos conmovedoras historias reales que promueven aún más la paranoia social, porque esta gente necesita compartir su drama a diario como el comer.
El fenómeno es bien sencilla de entender. Un pobre desdichado narra su experiencia con el bicho y la gran masa la comparte, la hace suya, para así sentirse más humano. De este modo la experiencia personal se vuelve colectiva o "trending topic". Por otra parte, también es una estrategia recurrente de los publicistas que trabajan para empresas de seguros y alarmas, conocida como "asustaviejas".
Así escuchamos casos como la nieta irresponsable que contagió a sus abuelitos, el señor que murió por hacer caso a las cadenas de Whatsapp negacionistas en contra de las recomendaciones de su hija viróloga, el terrible drama de toda una familia contagiada por el bicho, el gato que contagió a su dueño, etc, etc.
Todos ellos casos excepcionales que no necesariamente deben ocurrirnos a los demás. Pero como seres empáticos que somos, nuestra razón se nubla fácilmente frente a la experiencia de otros, solo vemos un peligro y no nos paramos a pensar que no somos una extensión corporal de nuestros semejantes, que como individuos somos diferentes y tenemos características propias, aunque pertenezcamos categóricamente a la misma especie.
Sin embargo, aún en conocimiento de esto, los alarmistas volverán a la carga con sus estadísticas sesgadas, y recurrirán, una vez más, al sensacionalismo barato, argumentando que ya estamos hablando de más de 2 millones de estas excepciones. Esto evidencia su empeño por hacer de la enfermedad -y no la salud- la norma general del ser humano. Pero con esto solo demuestran que lo único que saben hacer es usar los conceptos a su antojo, jugar con la semántica, al igual que hacen con el concepto de "pandemia".
Matemáticamente, podríamos decir que una excepción es lo que está mas cerca del 0 (la minoría) con respecto al total (la mayoría). Por tanto, estadística y matemáticamente hablando, 2-3 de 47 son excepciones, 103 entre 7.000 siguen siendo excepciones, lo no habitual, la minoría. Y aún así habría que matizar en cuestiones como cuántos de esos casos son en realidad recaídas de una misma persona.
Sea como sea, como conjunto, no podemos permitirnos el lujo de enfocarnos con temor en las excepciones. Eso nos estanca social, moral y económicamente hablando. Nos hace victimistas, seres reprimidos y sin resiliencia, proclives a buscar falsos culpables.
Algunos podrán pensar que esta es una filosofía o cosmovisión negativa, deprimente, paranoica y mil etcéteras. Sin embargo es la cosmovisión que el ser humano ha mantenido durante miles de años. Y aquí seguimos, no nos hemos extinguido ni suicidado en masa.
En conclusión, esta es la falsa realidad que producen las anécdotas que algunos comparten en redes sociales, aún más cuando se apoyan en unas estadísticas que son producto del sesgo de unos expertos que van del laboratorio o la oficina a su casa -si es que acaso salen para trabajar, porque algunos no necesitan ni moverse para cobrar un sobresueldo-.
Algún día de estos haré de covidiano alarmista y frustrado y saldré a gritarle a las madres y abuelos que sacan a sus hijos o nietos al parque que son unos irresponsables. Lo normal y humano sería que se indignaran y se me echaran encima, y sin embargo seguro que agacharán la cabeza, avergonzados, dándome una razón que no tengo.
Esto es lo que consiguen los expertos y las anécdotas en redes sociales. Que el conjunto de la sociedad no solo tema a morir, sino también que se avergüence de disfrutar su salud, su vida. ¡Déjennos en paz!
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